Nunca me había pasado esto !!
MINUTO 12:18 Me encuentro con el INQUILINO
NO SE DICE UBICACION PARA PRESERVAR LOS EDIFICIOS DE OKUPAS
NO ES PAIS PARA VIEJOS
Su huida lo llevó a las montañas asturianas, un reino de niebla y desolación donde los picos parecían davar sus uñas en el cielo. Alli, guiado por esa pulsión malsana que lo empujaba a explorar los restos de lo que otros habían abandonado, encontró un bloque de pisos erguido como un monolito siniestro en medio de la nada. Adrián entró, empujado por esa mezcla de miedo y fascinación que lo había salvado de los caciques, pero que ahora lo arrastraba a un abismo aún más oscuro.
El interior era un mausoleo de sombras y podredumbre. Las paredes, agrietadas y húmedas, exudaban un hedor a moho y a algo más, algo indefinible que se pegaba a la garganta. Subió las escaleras, cuyos peldaños crujían como si protestaran por su intrusión, y llegó al segundo piso.
Entre los escombros —un colchón carcomido, latas vacías, un crucifijo roto— oyó una risa áspera, un sonido que parecía surgir de las entrañas mismas del edificio. Siguiendo el eco, llegó a un apartamento donde la puerta colgaba como un ala quebrada. Allí, en la penumbra, lo esperaba un hombre de unos cincuenta años, un espectro de carne y hueso con la cara surcada por arrugas profundas y una barba desgreñada que le caía como un manto sucio. En una mano sostenía una botella de licor turbio, en la otra un cigarro apagado que mordia con saña. Sus ojos, negros y brillantes como el carbón húmedo, lo atravesaron.
—¿Qué buscas aquí, fugitivo? —dijo el hombre, con una voz ronca que arrastraba las palabras como cadenas—. Este no es sitio pa los que huyen del mundo. Aquí el mundo te encuentra.
Adrián, con el corazón aún sangrando por Antía y el peso de su exilio, intentó responder, pero la presencia de aquel hombre lo enmudeció. El borracho dio un paso tambaleante, y el aire se llenó de un tufo a aguardiente y desesperación.
—Levo un año aquí —prosiguió, sin esperar réplica—. Un año solo, libre de todo: de curas, de guardias, de los que te dicen cómo vivir. Vine porque el mundo apesta, pero este lugar… este lugar es peor. Tiene hambre, ¿sabes? Te mete cosas en la cabeza, te hace ver lo que no quieres.
Se acercó más, y Adrián pudo ver las venas rotas en su rostro, el temblor de sus manos, el brillo insano de su mirada. El hombre señaló con la botella hacia el techo, hacia el tercer piso envuelto en una oscuridad que parecía viva.
—Ahí arriba hay algo -susurró, y su voz se quebró como un cristal al borde del abismo-. Lo oigo por las noches: pasos, risas, arañazos. A veces bajo y encuentro cosas… plumas negras,
marcas en las paredes, como si alguien hubiera escrito con uñas. No subas, pequeño. No suba:
si quieres volver con esa moza que dejaste llorando
El nombre de Antía, implícito en las palabras del borracho, golpeó a Adrián como un latigazo
¿Cómo podía saberlo? Sintió un frio que no explicaba la corriente que silbaba por los pasillos, un frío que le trepaba por la espalda y le apretaba el pecho. Miró hacia la escalera que ascendia al tercer piso, donde las sombras parecían ondular como un mar de tinta. El hombre se dejó caer en una silla podrida, murmurando entre dientes mientras apuraba la botella.
—Te la dije – gruñó, y por primera vez, su rostro mostró un destello de terror
Entonces lo oyó: un roce, un murmullo, un susurro que bajaba desde lo alto como una caricia venenosa. Era una voz, o algo que fingía serlo, llamandolo por su nombre. «Adrián…”El joven dio un paso hacia la escalera, con las piernas temblando y el recuerdo de Antía ardiendo en su mente. El borracho soltó una risa rota, ahogada en un trago, y el edificio entero pareció estremecerse. Arriba, en el tercer piso, algo esperaba, algo que no era humano pero que conocía su dolor, su culpa, su amor perdido. Y Adrián, huérfano de su pueblo y de su amada, supo que no habia escapatoria, ni de los jerifaltes Segnofaris, ni de aquel bloque maldito que lo
reclamaba como suyo
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